Libérate De Tu Apatía
Libérate De Tu Apatía
Este artículo viene por cortesía de una invitada muy especial. Al final conocerás su nombre y el enlace donde podrás aprender más de ella.
Decía el gato Garfield que “no hay que confundir la pereza con la apatía. Nosotros, los perezosos, no somos apáticos. Los apáticos no se interesan por nada. Nosotros nos interesamos… pero no hacemos nada.” Es decir, que la apatía y la pereza, en realidad, se parecen sólo por fuera:
Cuando soportas más carga de la que puedes abarcar y no sabes darte permiso para descansar, cuando tu escaso tiempo de ocio lo llenas de actividades pseudo-obligatorias, pero socialmente valoradas… cierta dosis de pereza es sana y necesaria, un ratito de “dolce far niente” constituye una forma de descanso y desconexión completamente necesaria, aunque en apariencia no te aporte nada.
Bien es verdad que la pereza se vuelve insana cuando es fruto del aburrimiento, de la desgana, de la huida de las propias obligaciones… De hecho, muchas personas encuentran en la pereza el aliado perfecto para justificar su inactividad, como el padre del cuento que, harto de la flojera de su hijo, le despertó una mañana para decirle: “Por haber madrugado, esta mañana me encontré en el camino esta bolsa llena de monedas”. Y el indolente hijo le respondió: “¡Más madrugó el que la perdió!”.
La apatía, a diferencia de la pereza, está más relacionada con la motivación. Como dice otro cuento en el que el maestro le pregunta a sus alumnos: “¿Sabéis cuál es la diferencia entre ignorancia y apatía?”. Y en medio del silencio se oye la voz del gracioso de turno que responde:
“¡Pues ni lo sé, ni me importa!”. Aunque este ocurrente alumno ignorase que la palabra “apatía” viene del griego y está formada por el prefijo “a-” que significa “negación” y “pathos” que significa emoción o sentimiento, lo cierto es que dio en el clavo con su respuesta, pues alguien apático es, básicamente, alguien que muestra un estado de ánimo indiferente, bien sea por motivos físicos (agotamiento, enfermedad…) o psicológicos (depresión, crisis personales, monotonía y falta de horizontes…).
La apatía suele venir acompañada de inactividad física, tristeza, infelicidad, sensación de vacío, falta de capacidad de disfrute y desmotivación ante las cosas que antes te producían placer.
Además, si persiste en el tiempo, suele alterar el contenido de tu pensamiento, provocándote ideas de autodevaluación y pérdida de tu autoestima, así como sensaciones de aislamiento y rechazo, fruto del deterioro de tu capacidad para expresar los afectos… síntomas, todos ellos, muy cercanos a la depresión.
Durante mi trabajo como educadora con personas sin hogar, tuve la oportunidad de conocer a José, un joven que se alimentaba a base de guisantes enlatados. Este insólito hábito era muy difícil de modificar, ya que iba mucho más allá de sus ya difíciles condiciones sociales y económicas.
José, en una muestra clara de su trastorno, comenzó comiendo guisantes porque pensaba que era un alimento preparado que le proporcionaba con comodidad la energía suficiente para su mínima actividad diaria. Llegó un día en que incluso decidió ingerirlos directamente desde su envase, porque “¿para qué sacarlos pudiéndolos comer desde la lata?”.
Aunque la historia de José es un ejemplo patológico de una apatía extrema, ilustra a la perfección un aspecto que se repite en todos los estados apáticos, sean cuales sean las causas que los motiven: la creencia de que te levantas cada mañana con cierto nivel de energía que se va gastando hasta finalizar el día, como si tu fuerza vital fuese un bien embotellado que se agota sin remedio…
Sin embargo, esta creencia es completamente falsa: tu energía vital es renovable. No es algo que se gaste sin más, sino que, en este sentido, es más bien, como la batería de tu teléfono móvil: algo que siempre puedes recargar… siempre que te conectes a la fuente idónea.
Es tarea tuya descubrir cuáles son esas fuentes adecuadas a las que conectarte: qué actividades, situaciones, personas… te ayudan a “recargarte” en cada momento, a sintonizar con tu alegría natural y a sentirte vivo.
La palabra “motivación” y “motor” están hermanadas porque ambas vienen a expresar “movimiento”. Algo que te motiva es, por tanto, algo que te “mueve”. Sin embargo, cuando te invade la apatía, sientes que no hay nada que te “mueva”, como si el exterior debiera tener algún interés u obligación de captar y mantener tu atención.
Cuando en realidad, tú eres el único responsable de tu motivación y si existen elementos en el exterior por los que sientes atracción o rechazo es porque estás abierto y en permanente conversación con tu medio. Así que si lo que sientes hacia tu entorno es, por el contrario, indiferencia es porque has roto los cauces de comunicación con lo que te rodea. Y restaurar esta relación te corresponde exclusivamente a ti. En pocas palabras: si no sientes interés hacia nada, la responsabilidad no es de nadie más que tuya.
¿Sientes, tal vez, que tu vida no tiene sentido y esperas encontrarlo en tu mente, reflexionando, buscando, meditando…? Pues creo humildemente que te estás equivocando. Es tu mente la que creó el problema, así que en ella no encontrarás la solución. La solución está en tu experiencia, en tu vida real, palpitante y cambiante.
Así que tu verdadera motivación es siempre “motiv-acción”, es decir, implica siempre una actitud activa por tu parte. Proactiva, incluso, si quieres.
La proactividad es la habilidad para actuar, en lugar de simplemente reaccionar, adelantándote incluso a que las necesidades de los otros sean expresadas o, incluso, percibidas. En este caso, sé proactivo contigo mismo y descubre qué señales de alarma te da tu cuerpo o tu alma cuando la telaraña de la apatía amenaza con atraparte. Y si eres proactivo contigo mismo, serás capaz de nutrir tu estado de ánimo. Y te invito a que los nutras, simbólicamente, con los mismos elementos de los que se vale una flor para crecer: luz, agua y abono.
La luz del sol representa tu claridad mental para reconocer el círculo vicioso en el estás: cuanto menos haces, más apático estás, y cuanto más apático estás, menos haces. Y no te preguntes tanto por qué no haces las cosas, sino para qué te sirve no hacerlas, qué estás evitando afrontar. Y afróntalo, punto.
Si te da miedo, hazlo con miedo. Si te da pereza, hazlo con pereza. Pero hazlo. No te dejes otra opción. Dejarte una escapatoria será, paradójicamente, tu mayor encerrona. No esperes a que la vida te obligue, como a aquel hombre tan apático, cuyos vecinos, preocupados, llegaron a pensar que se dejaría morir de hambre, pues tal era su desidia…
Un día, el sabio del lugar, harto de la situación, decidió prenderle fuego a su granero y a la voz de “¡Fuego!” les demostró a todos que el buen señor tenía fuerzas más que de sobra para saltar de la cama y sofocar el incendio con sus propias manos…
El segundo elemento sería el agua, que es a lo que la flor se abre de manera natural para poder crecer y por eso simboliza la apertura esencial que necesitas para vencer tu apatía.
Sí es cierto que al principio esta apertura puede suponerte un gran esfuerzo porque estar apático, aunque suene paradójico, te consume de por sí una gran cantidad de energía. Una energía que viertes hacia dentro y que puede llegar a agotarte, ya que la apatía te inmoviliza y te desconecta de tus “fuentes” y de todos los aspectos de la vida que te “mueven”.
Ábrete a la vida que te rodea de la forma que desees, muévete, sal de ti y “sacúdete” la vieja energía estancada y genera corrientes de aire fresco entre tu ser y el medio que te rodea.
Para finalizar, el tercer elemento sería el abono, que representa todo aquello que te da un aporte extra para desarrollarte aún más. Por ejemplo, márcate un objetivo. Sin enamorarte de él: tu vida vale la pena con sueños y sin ellos, con sueños cumplidos o sin cumplir. Olvídate de las metas y márcate un camino como objetivo.
Tan sólo deja de ser espectador de tu vida y adopta el papel protagonista, que es el que te corresponde.
Escúchate, quiérete y trata de satisfacer tus necesidades más auténticas y profundas. Ya lo ilustró a la perfección Laura Esquivel, en su magnífica novela “Como agua para chocolate”:
Cada persona tiene que descubrir cuáles son sus detonadores para poder vivir, pues la combustión que se produce al encenderse uno de ellos es lo que nutre de energía el alma. En otras palabras, esta combustión es su alimento.
– Laura Equivel
© Vanessa Gil